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La ciudad no es hogar para la salud

No podría volver a vivir en una ciudad, ni pequeña ni grande. Y esta cuestión no es solo mía. La sensación de que nuestra salud, la carencia de ella, va ligada a nuestra evolución como sociedad resulta cada vez más patente. El primer parámetro sin duda es la cuestión económica, la premisa de la transacción económica y la prevalencia del valor (precio) de lo que se compra y se vende aplicado en todos los ámbitos de la humanidad ha resultado nefasto para muchos de estos, en particular para nuestra salud. Pero hay otras cuestiones asociadas a dicha evolución que también nos han perjudicado. Una de ellas, la vida en las ciudades.

El hacinamiento de las urbes es insalubre. Ya es común ver a la gente deambular en ellas con mascarillas debido a la contaminación y otros factores pero hay mucho más que el ambiente que nos rodea.

Al tratar de imaginar la escena de gente en la ciudad ya nos hacemos la idea de toda una masa compuesta por personas que apenas interaccionan unos con otros por muchos y diferentes motivos. Desde aquí insistimos en la complejidad del concepto de salud y cómo la mente puede afectar al físico y viceversa. Así que la no conexión con el que anda a un lado u otro puede ser un lastre para la salud a largo plazo. Es verdad que esto puede ocurrir también en una zona rural, pero no es comparable ni en intensidad ni en extensión. Aquí solo vamos a nombrar algunas cosas que quizá no sean tan obvias, que podemos ver en la ciudad e invitar a la reflexión.

La visión. Es importante para sentirnos bien poder tener una visión a larga distancia, por eso nos gusta tanto mirar el horizonte en el mar o en la cima de una montaña. En la ciudad, impera la visión próxima y esto nos va afectando silenciosamente.

El contacto. Aquí hay mucho que hablar porque en principio el contacto entre las personas puede ser indistinto del lugar donde estén ya que si se aprecian, se tocan y si no, pues no. Pero hay más tipos de contactos. Uno muy simple es el de la planta del pie y existe una terapia basada en los puntos de presión sobre esta, la reflexología podal. La ciudad nos ha obligado a calzarnos y a perder esta herramienta de comunicación con el entorno y recepción de estímulos  que podría ser diaria en nuestro andar de un lado para otro.

Sobre esto hay más. En las ciudades cercanas al mar suele haber playa y su paseo marítimo y aquí observamos la desnaturalización del ciudadano que ha establecido sus pautas insanas y las impone de generación en generación. Un ejemplo claro con una escena que habrán vivido: un domingo paseando, el niño quiere ir a la arena y se le niega, quiere quitarse los zapatos y se le niega, quiere el contacto con la arena y se le niega. Es la ceremonia del divorcio entre nuestro cuerpo, que habla a través del niño/niña y nuestra mente, a través del padre/madre que entiende poco o nada de salud.

El movimiento. Otro ejemplo más del divorcio anteriormente citado. Ahora se trata de hacer carriles-bici y resulta casi imposible, sobre todo por la falta de creatividad/presupuesto. Pero alguna vez la ciudad fue algo más pequeño y empezó a crecer y algunas personas empezaron a diseñar ese crecimiento. Dónde estaba la conexión entre los cuerpos y las mentes de esas personas con capacidad de decisión…

Correr en la ciudad es mejor que no correr, pero nada más. La dureza del asfalto, sin la amortiguación de la tierra; respirar aire contaminado con mayores índices de tóxicos a distintos tiempos; el estrés de lo que te rodea, manifestado por ejemplo en el ruido, que recoge nuestros oídos, sede del equilibrio…

Podríamos nombrar muchas cosas más, sentido por sentido y pauta por pauta pero la conclusión sería la misma. Por eso yo digo: no vuelvo a vivir en la ciudad. Cada uno que reflexione con su vida. De todos los olores me quedo con el de la tierra mojada.

¿Alguien más quiere bailar conmigo?