
Sobre el artesano
Desde un punto de vista científico, no hay duda ninguna. Suficientes evidencias prueban que unas determinadas condiciones durante la elaboración de un producto resultan decisivas para sus características, sus propiedades y su calidad final. Esto vale para un tomate, para un edificio o para cualquier objeto u objetivo en el que podemos ser creadores o cocreadores. Cada uno seguramente se lo llevará a su profesión o a determinada cuestión de su interés.
Aquí se incluye una premisa en la que creo firmemente: Hay dos formas de hacer las cosas, bien o rápido. Ello no elude que una vez uno ha adquirido la destreza, la velocidad en la que hace las cosas bien sea bastante alta.
Este podría ser un escrito contra la “sociedad de consumo”, incluso contra la tecnología. Nada más lejos de la realidad (ese es un defecto muy común de poner siempre a todo y todos en un sistema únicamente binario: o estás a favor o en contra; y siempre la vida es más compleja). El ánimo a escribirsobre este modus operandi está dirigido a poner en valor lo más auténtico, lo más cercano a la verdad.
Así, el cuerpo necesita nutrientes para hacer sus funciones de manera correcta, para mantener ese estado de salud que todos deseamos, y solo los vamos a encontrar en cantidad suficiente en productos desarrollados por “artesanos”. Y voy a emplear dicho término para todos los profesionales que emplean el tiempo necesario, además de sabiduría y buenas herramientas, en “fabricarlos”. Una naranja siempre tendrá mucha más vitamina C obtenida en un huerto cercano y recogida en el momento idóneo por un agricultor que “trabaja en ecológico”; tenga el sello o no, ya que la verdadera garantía siempre ha sido, es y será la persona. Y yo quiero, al tomarme la naranja, toda la vitamina C que me pueda dar. Eso es coherencia, la aproximación a la verdad de la que hablábamos.
Lo mismo podemos aplicar a muchos alimentos y cito algunos cuyo fraude es asombroso, por no decir absolutamente denunciable: el pan, la fruta, la miel, los huevos… incluso la carne. Pero esta “artesanía”, este concepto que creo de tal importancia, es extensible, como dejé entrever al principio, a cualquier profesión y, por tanto, a cualquier “producto”.
La artesanía se refiere a la ausencia de auxilio de maquinaria, pero permitidme que eleve el concepto de artesano a otro nivel. Llevo más de 25 años firmando analíticas (sangre, orina, heces, semen...) y en su elaboración le he puesto toda mi sabiduría y el tiempo necesario, también a la hora de hablar de ello con los pacientes, para que el error, la ausencia de verdad, sea despreciable (matemáticamente hablando). Pese a la tecnología, que he visto cómo cambiaba la velocidad de ejecución del resultado de manera asombrosa, siempre me ha sido obvio que la observación,con la mente bien formada del proceso en sí y el conjunto de pruebas, es determinante para obtener una calidad que aquí se traduce como exactitud, precisión… certeza. He aquí la artesanía.
Pero todo esto se ha ido acabando, poco a poco, con la mala praxis de profesionales, los intermediarios en forma de compañías aseguradoras, el monopolio de grandes grupos hospitalarios. Lo he ido observando, comentando, publicando y denunciando, pero sigue avanzando. Los artesanos no son rentables. Este hecho, en el ámbito fundamental de la salud, sea en forma de profesionales clínicos, como en otros nombrados aquí, entorno a alimentación y otros productos relacionados con la higiene, redunda en carencia de salud de la población general. No hay duda, hace falta esa calidad, es imprescindible.
Hay que despedirse de lo que se va sin apego, pero no desapegarse de lo que uno cree valioso, aunque parezca que se esté yendo. Yo, en todo aquello que pueda aportar mi arte, mi artesanía, poner mi conocimiento y tiempo, enfocándome en la calidad del resultado final, lo seguiré tratando de hacer factible, viviéndolo con todas sus consecuencias. Siempre de la misma forma, con la firme creencia del artesano.
En la difusión de hábitos saludables también se requiere más artesanía.